martes, 22 de enero de 2008

Andalucía: cine, tierra y libertad

Unos compañeros de Roquetes del Garraf (Sant Pere de Ribes) me han pedido que les ayude a montar un ciclo cinematográfico sobre historias andaluzas para febrero, para culminar en un acto final. A pesar de los pesares, películas no faltan.

Recordemos de entrada que las ideas anarquistas tuvieron una gran importancia en Andalucía desde los tiempos de la AIT hasta la guerra civil, aunque el PSOE, la UGT y en el menor grado, el PCE, también tuvieron su importancia; el POUM justo comenzaba en 1936.

Bajo diversas variantes, el anarquismo tuvo una destacada participación en los más destacadas movilizaciones sociales que se dieron desde la “comuna” de Sanlúcar de Barrameda de 1873 hasta los trágicos acontecimientos de Casas Viejas, paradigma de la gran matanza que se avecina...El anarquismo andaluz también produjo alguna de las figuras universales del movimiento como Fermín Salvochea, personaje legendario donde los haya, inmortalizado por la literatura (Blasco Ibáñez ofreció un destacado retrato suyo en una de sus obras más sociales, La bodega). Una auténtica fuente argumental que combina tanto la esperanza utópica con la tragedia de una represión que culminó con la sublevación militar-fascista. .Más de medio siglo de historia social quedaron sepultados, los que quedaron, bastante tuvieron ya con sobrevivir. Curiosamente, esta obra de Blasco Ibáñez nunca sería adaptada ni en el cine ni en la Tele, tan mimado por uno y otro medio.

Antes de la guerra, por motivos más que obvios, el cine español que había empezado a ser popular en el mejor sentido, todavía no había descubierto todavía el “compromiso”, y después de la guerra, porque el franquismo utilizó deformando (servidor, en su primeros razonamientos, no entendía como era que la Andalucía de las películas no se parecía en nada a la que le había tocado vivir) algunos elementos de la cultura andaluza para venderla como imagen de marca con su interminable cohorte de folklóricas y folklorismos “modernizados” a través de las películas con Manolo Escobar (con títulos tan emblemáticos como La mujer es un buen negocio)...Por entonces, las excepciones fueron contadas (Llanto por un bandido, La piel quemada), y muy mal vistas oficialmente. En los últimos tiempos han cambiado un tanto las cosas gracias a nuevos cineastas como Benito Zambrano, del que recomiendo tanto Solas como Padre Coraje (de la que existe una versión completa en DVD) o Antonio Cuadri que ha hecho cosas interesantes y del que he recomendado sin poder ver todavía, El año de los tiros, sobre todo por la significación y trascendencia de la historia que trata. Anteriormente, el cine andaluz y en especial el más alternativo, apenas si consiguió despegar, de forma que con lo pocos títulos realizados tuvieron un carácter heroico hasta el punto que en comparación, proyectos catalanes más o menos parecidos como La ciutat cremada, pueden parecer casi con presupuestos “millonarios”.

Tanto es así que se pueda afirmar sin miedo al error que la película más popular y asequible (“que le suene” a los espectadores) relacionada con las agitaciones campesinas en Andalucía es La cólera del viento (España-Italia,1970). Éste es un título muy particular del irregular Mario Camus quien después de trabajar a destaja en películas interesantes como Young Sánchez (1964) pero también en engendros al servicio del inefable Raphael, el bardo franquista o de la Saratísima, aunque en este caso (Esa mujer) en clave de sátira oculta. La cólera...parte de una idea de Manolo Marinero desarrollada por media docena de guionistas y cuya primera singularidad es que se trata de un Sur ambientado en pueblos andaluces y con vestuarios propios de finales del siglo pasado. Un escenario muy cercano al del Far West almeriense que hizo célebre Sergio Leone con la ayuda inapreciable de Clint Eastwood y de la música de Ennio Morricone desde Por un puñado de dólares, pero los más avisado pudieron advertir rasgos evidentes de una Andalucía de ínfulas californianas de finales del siglo XIX, más o menos coincidente con la de los tiempos de la llamada “Mano Negra”. Hay un problema de campesinos sin tierras, de terratenientes y bodegueros como queda patente en la única escena bastante violenta. Dominan unos señores que no quieren ni oír de mejoras sociales por moderadas que sean. La protesta (muy difusa) consigue que estos se dividan entre un protofascista Don Pedro (Fernando Rey haciendo los deberes), y otro más dialogante (William Layton), que será precisamente asesinado para culpar a los revolucionarios. Se reconstruye en una tensión social que, empero, no consigue aflorar plenamente en el ambiente, posiblemente por las limitaciones propias de la producción. Sus protagonistas son dos tópicos pistoleros, Marcos y Jacobo (encarnados por Mario Girotti alias del insufrible Terence Hill, y nuestro Mario Pardo), llegan al pueblo como sicarios de los amos del lugar en el mismo momento en que lo hace un agitador de potente oratoria. Éste habla a los campesinos y les dice que tienen que dejar de ser serviles y de obedecer, proclama que la revolución es posible, que hay que acabar con la autoridad y que el Estado es una mala palabra que no hay ni siquiera que pronunciar. Incluso repite las famosas palabras de Durruti según las cuales no hay que temer la destrucción porque los trabajadores llevan un mundo nuevo en sus corazones. Detrás de estas ideas se organiza el pueblo que se expresa a través de diversos portavoces: Ángel Lombarte, Carlos Otero, Manuel Aleixandre, etc. Lo demás no es más que la enésima variación del pistolero que cambia de bando un poco por amor y un poco por conciencia... Presumiblemente, la censura ni se enteró, pero por citar un modesto ejemplo, a mí me sirvió para dar una pequeña charla en un cuartel de Ceuta, desde el cual la recomendé a todas mis amistades. No se daban oportunidades parecidas todos los días.

Lo siguientes son títulos prácticamente desconocidos, comenzando por la ignota Fermín Salvochea: visto para sentencia (1988), obra de M. Carlos Fernández Sánchez (nombre que alguien atribuye a un veterano actor, exiliado republicano, que se hizo un habitual en Hollywood en papel secundarios de mexicano,), auténtico “creador” ya que corre a cargo del guión (Premio de la Junta de Andalucía, un detalle), director, responsable de la fotografía y de montaje final, un auténtico desconocido como la película, que casi nadie ha visto aunque tuvo un remoto pase en el cine-club de TV2, o sea a altas horas de la madrugada. Der alguna manera, el esfuerzo de su autor vale más que la película, acabada abruptamente por falta de presupuesto. A la pobreza de medios se le une el “amateurismo”, de forma que más que de un filme parece un docudrama tan torpe como voluntarioso, y las vicisitudes del legendario personaje no son suficientes para que la película superara tantísimos obstáculos.

Un poco de más suerte tuvo Tierra de rastrojos (1979), que significó el debut de Antonio Gonzalo y que fue presentada al Festival de Berlín de 1980. En su momento significó una auténtica producción “militante”, cuando todavía existían expectativas de que estas cosas eran, además de necesarias, posibles. Su un tanto confusa trama evoca la situación del agro andaluz en vísperas de la guerra civil y en sus comienzos, y que apenas si fue estrenada. Es una historia que cabalga entre el documental que recoge el quehacer de los braseros y una dramatización que no acaba de encarnarse en los personajes. La voluntad didáctica prevalece sobre la trama que no acaba de recibir cuerpo en unos personajes que apenas si quedan apuntados. Basada en una novela (autoeditada) Antonio García Cano describe con cierto detalle la vida cotidiana de un grupo de jornaleros que protagonizan una movilización por sus derechos más elementales. Se puede entender que estos están vinculados con la CNT aunque no queda muy precisado. El colectivo asiste esperanzado a la victoria electoral del Frente Popular hasta que llegan las noticias del golpe y los caciques con el apoyo del ejército y de la Falange comienza la caza de los “rojos” que se habían distinguido en las luchas en una tierra de rastrojos, o sea donde los campesinos viven de lo queda después de que los amos se hayan quedado con el producto de la siega. A pesar de contar con un reparto bastante atractivo, compuesto por actores que se habían significado en actividades militantes como María Luisa San José, Joaquín Hinojosa, María Asquerino, Luis Politti, más el entonces famoso "cantautor" antifranquista, Manuel Gerena, Santiago Ramos y el siempre considerable Ricardo Palacios.

Tras su periplo norteamericano durante el cual dirigirá a David Carradine en Las huellas del lince y a James Brolin en El aroma del copal, (España-EEUU; 1996), adaptación de una novela de Javier Reverte que cuenta un conflicto de intereses en un lugar de Centroamérica con una vocación antiimperialista, ambas con escaso éxito de crítica y público a pesar de sus manifiestas inquietudes críticas, Antonio Gonzalo regresará a Andalucía para dirigir Una pasión singular (Vida de Blas Infante) (2002), empresa más bien oficialista (como no podía ser menos) en la que recrea la vida del escritor y político Blas Infante, gran impulsor del movimiento andalucista durante la Segunda República y firme defensor de un nacionalismo pacífico y abierto con amplias conexiones con el anarquismo (en particular con el legendario pero también controvertido doctor Pedro Vallina que tiene un destacado protagonismo y que es interpretado por el excelente Manuel Morón, el violento padre de El Bolas), que fue asesinado por falangistas nada más comenzar la guerra civil. Al hilo de su dramático proceso de detención y muerte, se recuerda su culta formación juvenil, sus esfuerzos por hacer llegar la justicia al medio rural, su complejo pero edificante matrimonio y su entusiasta dedicación a la política, junto a destacadas personalidades como los hermanos Álvarez Quintero. Supongo que esta es, en principio, la película más idónea para debatir (más que “celebrar”) el Día de Andalucía.

Un buen ejemplo del poder que siguieron gozando los terratenientes lo tuvimos con Rocío (1980), de Fernando Ruiz Vergara, un esmerado documental antropológico sobre la inserción de la religión en Andalucía y sobre uno de los fenómenos más característicos de la Andalucía profunda, y que sufrió toda clase de avatares porque se señalaba los intereses económicos que envolvían el Rocío, y señala la participa­ción del señorito José María Reales, cofundador de la Hermandad del Rocío, en la represión salvaje sobre más de un centenar de habitantes de AI­monte on ocasión de la sublevación militar-fascista de 1936. Esto motivó sendos cortes obligados por sentencia judicial por demanda de los herederos del mentado se­ñor. Aunque no se andaban con broma, la verdad es que a veces lo parecía, como en el caso del terrateniente que aparece entrevista en la serie La guerra civil española, de la BBC, que cuenta que los campesinos eran muy egoístas porque querían colectivizar la tierra para ellos... sin pensar como él, ¡en España!...La historia trágica prosigue con los testimonios sobre la represión criminal de Casas Viejas en 11933, un prólogo de lo que luego el franquismo multiplicaría hasta los abismos del horror reaccionario.

Pero sobre este punto me dispenso porque ya publiqué un artículos en Kaos…

1 comentario:

elcajondemj dijo...

Una puntualización "La bodega" de Blasco Ibáñez, sí que cuenta con al menos una adaptación al cine en el año 1929 realizada por Benito Perojo