miércoles, 10 de septiembre de 2008

Los orígenes de la identidad nacional española en Andalucía

Más atrás del siglo XIX España es un verdadero invento. Nunca hubo unidad política ni militar, ni lingüística, ni cultural, solo mentiras y más mentiras que la historia oficial y las leyendas populares trataban de homogeneizar y usaban como excusa que justificara la expansión del poder castellano. y como muestra un botón, la leyenda de Santiago Matamoros. Durante siglos los «españoles» cristianos de la península creyeron a pies puntillas en que el mismísimo cielo había enviado a uno de sus hijos predilectos para contribuir a la unidad de España y la expulsión de los infieles andalusíes. Resulta altamente curiosa, la transformación que se produce sobre el Apóstol Santiago. De ser un enviado para predicar la paz y concordia evangélica a montar sobre blanco corcel desde el que va blandiendo su demoledora espada contra el infiel musulmán. El cambio de este SantiagoApóstol a Santiago Matamoros se produce en Clavijo, legendaria batalla del 834, ganada por Ramiro I a las huestes de Abderramán 1I y que seguramente nunca se produjo. La aparición de Santiago al Rey, su participación en la batalla a lomos de blanco corcel y la liberación del tributo de las cien doncellas, son de los más bellos episodios de la historia mágica de España.

Afortunadamente en Andalucía este mensaje no tuvo mucho éxito, a la vista de los acontecimientos posteriores. Pero la leyenda no se quedó ahí, del Santiago matamoros pasamos al Santiago mataindios, y no son pocos los relatos que nos hablan de la presencia del apóstol en los combates de los conquistadores en tierras americanas. Del mito que une a los cristianos en torno a una causa común, pasamos al uso de ese mismo mito para justificar la política imperialista de España allende los mares. Creado el mito, se le da uso hasta que no valga.

Pues así con todo. La identidad nacional española se ha construido sobre una continuada sarta de mentiras y manipulaciones que han tratado, y tratan, de crear una homogeneidad nacional donde sólo había diferencias y heterogeneidad. Cuando esto se ha podio hacer sutilmente, sin necesidad de usar la violencia, se ha hecho, cuando ha hecho falta usar la violencia, también se ha hecho. La Inquisición española se fundó con aprobación papal en 1478, a propuesta del rey Fernando V y la reina Isabel I. Esta Inquisición se iba a ocupar del problema de los llamados marranos, los judíos que por coerción o por presión social se habían convertido al cristianismo; después de 1502 centró su atención en los conversos del mismo tipo del Islam, y en la década de 1520 a los sospechosos de apoyar las tesis del protestantismo. A los pocos años de la fundación de la Inquisición, el papado renunció en la práctica a su supervisión en favor de los soberanos españoles. De esta forma la Inquisición española se convirtió en un instrumento en manos del Estado más que de la Iglesia, aunque los eclesiásticos, y de forma destacada los dominicos, actuaran siempre como sus funcionarios. La inquisición española fue un arma efectiva en la creación de una identidad común entre los ciudadanos “españoles”, una amenaza constante para todo aquel que intentara pensar, sentir, o simplemente ser diferente a lo impuesto por las instituciones oficiales del estado. En nombre de la Inquisición no solo se imponía paulatinamente una identidad común si no que se borraba de un plumazo una buena parte de la historia escrita de los territorios conquistados. En Andalucía fueron quemados todos aquellos libros y manuscritos escritos en árabe. Filosofía, política, historia, cultura, medicina, gastronomía, nada se salvó de la quema. Salvo aquellos libros que pudieron ser rescatados antes de su huida por los antiguos habitantes de al-Ándalus, pocos fueron los textos que lograron sobrevivir a la barbarie española. Ocho siglos de nuestra historia borrados de un plumazo con el más cruel de los métodos: el desprecio. Todo para que nada de lo que en ellos hubiera pudiera comprometer en un futuro la legitimidad de la conquista castellana sobre nuestra nación, ni poner en entredicho la veracidad de la historia y los mitos escritos por los vencedores.

No hay más historia que la escrita por los vencedores y no hay más verdad que la que ellos han querido contamos. La Inquisición nos dejo sin lengua y sin memoria, silenció nuestras almas revolucionarias y acabó con nuestros deseos separatistas. Todo lo andalusí fue perseguido y en nombre de la Santa España hubimos de renunciar a buena parte de nuestra cultura y nuestra propia identidad. A cambio nos dieron una identidad vacía de contenido, sustentada sobre la sangre y la espada, y anclada en falsos mitos homogeneizadores como el de Santiago y su blanco caballo. El resplandor del fuego inquisidor silenció nuestras conciencias mientras generación tras generación las llenaba de mentiras hipócritas que venían a sustituir el recuerdo de nuestro glorioso pasado por la sumisión a nuestra nueva posición de subdesarrollo y dependencia.

Desde 1492 la península ibérica tiene oficialmente una lengua (castellano, no catalán, gallego, aragonés, valenciano, etc.), una religión (catolicismo, no judaísmo, ni islam) y un Rey (de todo el país, no de una región): España tiene ahora «Un monarca, un imperio y una espada.”. Pero la realidad es que todavía persistían las grandes diferencias regionales, nacionales, religiosas y lingüísticas: diferencias que continúan hasta hoy en día y que son la base del nacionalismo interior de la actualidad.

La identidad de España se ha edificado sobre mitos y mentiras, y esto es algo demasiado frágil como para unir a un pueblo entero bajo una misma razón de ser, pero lo que es aun peor, la identidad española se ha cimentado sobre la sangre y la espada, y esto es algo que los diferentes pueblos no pueden olvidar tan fácilmente.

La Inquisición quedó al fin suprimida en España en 1843, tras un primer intento, fallido, de los liberales en las Cortes de Cádiz, en 1812, pero desde su creación hasta entonces, tuvo tiempo suficiente como para asentar en la mentalidad de millones de ciudadanos «españoles» en general, y de los andaluces en particular, la idea de una España unida en torno a sus raíces cristianas, y unificada bajo una misma nación salvaguardiana de sus intereses personales. Más de tres siglos donde revelarse contra la idea de la gran España se pagaba con la muerte, igual que poco menos de un siglo después volviera a ocurrir con la dictadura Franquista. Más de tres siglos en el que los ciudadanos del estado español tuvieron que aceptar sin rechistar los mitos y las leyendas que desde el poder se difundían para justificar sus acciones. Más de tres siglos en que los andaluces y andaluzas fueron progresivamente olvidándose de su pasado para caer en las crueles garras de la identidad española que los había llevado desde la cultura hasta el analfabetismo, desde la prosperidad a la más cruel de las explotaciones. Pocos son ahora los historiadores oficiales que hablan de la influencia de la “Santa” Inquisición en la creación de la identidad española, en la imposición de sus valores frente a los valores autóctonos de los diferentes pueblos de la península. Pero los andaluces no nos podemos olvidar de que si hoy somos lo que somos, si estamos como estamos, no es porque nosotros lo hubiéramos elegido o aceptado de buena voluntad en el pasado, si no que nos fue impuesto a base de sangre, cruz y espada, y nuestra resistencia castigada con el exterminio o el exilio. Si en alguna parte del estado la Inquisición jugó un papel fundamental en la consolidación social de la identidad nacional española, esa fue Andalucía

04.Septiembre.08 x Pedro Antonio Honrrubia Hurtado (Identidad Andaluza)

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