lunes, 3 de noviembre de 2008

¿Viva Andalucía Libre?

Allí donde hay un grupo de andalucistas, el grito que más se oirá será el de: ¡viva Andalucía libre!. Cuentan que la primera vez que se oyó fue en boca de unos jornaleros en huelga. Más tarde lo retomaría Blas Infante como lema del andalucismo militante. Ninguno de los dos eventos fueron casuales, sino causales. Los jornaleros representaban a los herederos de la población campesina autóctona. A los descendientes de aquellos andalusíes despojados de sus tierras y obligados a trabajarlas para quienes se las arrebataron. Esa exclamación no era solo una mera reivindicación de condiciones socioeconómicas, era el quejío y la esperanza de un pueblo consciente de que la causa de su postración eran los siglos de ocupación y sojuzgamiento. Así lo comprendió Infante y, por ello, escogió esa frase como bandera, como síntesis lo que era y pretendía el andalucismo, de su razón de ser. Si quedase alguna duda al respecto, baste recordar como subrayó esa intencionalidad mediante el calificativo dado al primer esbozo de movimiento político del “andalucismo histórico”: “Liberalista” (liberador).

La razón y las consecuencias de tanta reiteración son obvias. Si Blas Infante llamó así a su agrupación y escogió esa exclamación a modo de proclama y resumen del andalucismo fue, indiscutiblemente, porque dicho concepto constituía para él la piedra angular sobre la que construir el renacimiento de nuestra Nación. La libertad de nuestra tierra y nuestro pueblo era su finalidad. El andalucismo debía ser, ante todo y sobre todo, un movimiento libertador de Andalucía y de los andaluces. Ahora bien, si se reclama la libertad, si la reconquista de la libertad colectiva constituye el porqué y el para qué, el camino trazado por él para el nacionalismo, lo será debido a que se considerará que nuestra tierra no la posee. Sería completamente absurdo reclamar una libertad que ya se detenta. Luego, si un andalucista exclama: ¡viva Andalucía libre!, es porque, por un lado, considera que Andalucía es un País carente de libertad y, por otro, cree que su actuación está determinada por ese hecho y encaminada a solventarlo.

Pero, ¿cuando puede considerarse que un pueblo es libre?. La libertad no es un concepto abstracto, sino un hecho práctico, un acto. Un pueblo es libre cuando posee y utiliza una capacidad, ilimitada e incondicional, de acción y elección sobre sí y el territorio que habita. Cuando su ejercicio colectivo no se encuentra impedido o mediatizado por nada o por nadie más que por la propia voluntad. Por ello, a esa libertad colectiva, se le denomina Soberanía Nacional y, por eso, a los pueblos libres, a las naciones soberanas, se les califica de independientes. La Soberanía Nacional, contemporáneamente, se establece y regula mediante un contrato: una Constitución. Y es practicada a través de unas estructuras englobadas bajo un mismo término: Estado.

Andalucía no es libre porque carece de una soberanía reconocida, instituida (Constitución propia) y efectiva (Estado propio). El Pueblo andaluz no es libre porque se le impide tener y utilizar su soberanía. Tan siquiera es aceptado como tal pueblo, se le impone otra identidad. Jurídicamente, en España no hay más Pueblo que el español, ni más Nación que la española. Por eso la única Soberanía existente es la del “Pueblo español”, la única Constitución la española y el único Estado el español. Andalucía carece de Gobierno, Parlamento o Justicia, que son plasmaciones de una soberanía en ejercicio. El “Estatuto” solo es una normativa menor, subordinada y dependiente de la única soberanía real: la española. No hay “Autonomía”, solo redistribución administrativa descentraliza del Estado Español. Tanto la administración autonómica como local es Estado Español. Sin Soberanía no hay ni puede haber “autogobierno”. Y, con Soberanía, lo que no habría ni podría haber es España. Una Andalucía soberana, independiente, si sería una Andalucía libre, pues dependería solo de sí misma. Eso si es autonomía.

Sin libertad, permaneces apresado y obligado: esclavizado. No actúas según tu voluntad, sino según la de tus captores o dueños. Partir de la existencia o carencia de libertad de nuestro Pueblo es, por tanto, fundamental, puesto que enmarcará y determinará las visiones y las acciones, los porqués y los cómos. Si a la libertad colectiva se denomina soberanía, al “apresamiento” nacional, se le llama ocupación. Y, si la “captura” posee carácter indefinido y expoliador, una esclavización perenne y vital: colonización. Además, toda ocupación y colonización, conlleva la existencia de un sujeto ocupante y colonizador, un culpable, un enemigo. El que nos arrebata nuestra libertad. El que nos mantiene presos y obligados: esclavizados. Quien secuestra nuestra soberanía y nos impone la suya. En nuestro caso es España. Y España es, en sí misma, un proyecto creado como instrumento explotador y opresor. El problema no es su “forma de Estado”, es su propia existencia.

No significa lo mismo ser nacionalista en un País libre que en uno ocupado o colonizado. En el seno de un pueblo soberano, conlleva luchar por preservar la libertad y, a través de ella, por mejorar su sociedad, su pueblo. En una situación de ocupación o colonización, supondrá ser un luchador por la recuperación de la libertad. Las organizaciones nacionalistas de un país esclavizado se constituyen en colectivos de resistencia a la ocupación y oposición a la colonización; en movimientos de liberación nacional. La recuperación de la libertad sustraída condicionará y determinará la acción política. La lucha por la independencia constituirá la base de partida de todo proyecto social. A partir de su obtención podrán iniciarse y alcanzarse otros objetivos. Sin ella nada será posible, todo “logro” carecerá de valor real. Lo trascendente de la esclavitud son las cadenas. Podrán ser de hierro o plata, pesadas o livianas, largas o cortas, visibles o inadvertidas, pero son cadenas. Cuales sean sus “condiciones laborales”, un esclavo es un esclavo. Sea cual sea el “régimen normativo” que le rija, un preso es un preso. Ser libre no termina, sino que comienza por cortar ataduras y salir del presidio.

Los movimientos de resistencia, de liberación nacional, han diferido en las tácticas para alcanzar la independencia, pero comparten una característica estratégica; una actitud intransigente de confrontación con respecto a la administración colonial o de ocupación. No se participa en sus estructuras políticas, sociales o económicas, tan siquiera son reconocidas; se boicotean. La negación de las mismas y la actuación contra ellas, son y conforman pilares sobre los que se sustenta, a partir de los se construye y avanza la estrategia libertadora. “Participar” no se considera “realismo”, “moderación” o “positivismo”, sino traición. Tras el ocupante o el colonizador, el más combatido y deshonrado es el propio compatriota “colaboracionista”. Es y debe ser así por pura racionalidad. Toda colaboración, toda participación, contribuye a la estabilización, a la perpetuación de la opresión. Y, muy al contrario, se persigue dificultar la ocupación, imposibilitar la colonización.

Hace treinta un años, se produjo en nuestra tierra un hecho insólito. Tras siglos de represión y alienación, el Pueblo Andaluz se levantó masivamente exigiendo sus derechos. Fue el 4 de Diciembre del 77. Un acontecimiento más trascendente que lo que traslucía. Más allá de las reivindicaciones concretas, suponía el clamor de una identidad negándose a desaparecer. España tembló ante la visión de ciento de miles de andaluces marchando al unísono. Tal fue el pavor producido, que el españolismo inició toda una campaña destinada al desvío del camino y la vuelta al letargo. Era imprescindible que Andalucía volviese a su sopor. Luchar por la “autonomía de primera” y la pantomima del 28 F., fueron los medios. La Andalucía actual, es el “exitoso” resultado. “De aquellos barros proceden estos lodos”.

El nacionalismo andaluz, excepciones aparte, desde aquel 4D., no hace otra cosa que colaborar con el ocupante, contribuir al logro de los objetivos del Sistema. No se denuncia la falsa democrática y autonómica, al contrario, se participa, se forma parte de ella. España hace creer al Pueblo Andaluz que descentralización es devolución de soberanía y la adecuación de estructuras franquistas a formalismos democráticos un régimen de libertad. Y nosotros ayudando, “arrimando el hombro”. Reclamamos “poder andaluz”, pero para “tener voz en Madrid” o gobernar la Andalucía sometida. No señalamos a España como el problema, sino la falta de “peso” en ella. No reclamamos soberanía, ni hablamos de liberación, sino de “mejorar” las estructuras coloniales: cambiar leyes, mayores presupuestos o más eficaces gestiones. Pedimos luchar contra el “Régimen”, pero no el Español, el de Chaves. Se Llega a afirmar hasta que más España, otro Estado Español, es la solución. ¿Y mediante tan paradójicas actuaciones y tan contradictorios mensajes pretendemos despertar y poner en pié al andaluz?. Somos nosotros los responsables de la situación.

Desmovilizamos al Pueblo y nos quejamos de que no haga. Lo confundimos y nos impacientamos porque no discierne. Nos mimetizarnos con el españolismo y no entendemos que no nos distinga.

¿Radical, purista?. No, “radical” o “purista” es gritar: ¡viva Andalucía libre!. Si se trata de ser “prácticos”. Si el problema de Andalucía es de inversiones, infraestructuras o viviendas, seamos consecuentes. Sustituyamos tan “obsoleto” lema por otro más “moderno” como: ¡Andalucía de más a más!. Pero si pretendemos liberarla, comencemos por “liberarnos” nosotros. Por atrevernos a ser. No nos “adaptemos” más a la realidad, transformémosla. Nuestra “marginalidad” no es consecuencia de nuestra “singularidad”, sino de nuestra incoherencia. De nuestra incongruencia entre ideas, palabras y actos. De la indiferenciación de nuestro discurso con el del regionalismo. La causa no es nuestro “extremismo”, sino tanta “moderación”. No se termina con la esclavitud “mejorando” la Plantación o siendo su capataz, sino haciendo consciente al esclavo, levantándolo, rompiendo sus cadenas. No se “cambia” la Hacienda, se quema hasta los cimientos y se acaba con ella.

Francisco Campos López (Nación Andaluza - Sevilla)

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