Por Juanfer Sánchez
El movimiento cristiano de base fue un fuerte activo militante tanto en la fundación del SOC como en sus luchas históricas y actuales.
Ese movimiento nació del verdadero amor dado por las enseñanzas de cristo a los hombres. Un movimiento que no se fraguaba en los suntuosos palacios papales, ni en abultadas cuentas de bancos, ni en la lujosidad o el paternalismo.
Los cristianos de base en la sierra sur, esos cristianos que siguieron su consagración a cristo y su verdad, se fraguaron al calor de la verdad de los pobres, de sus vivencias, dolores, penas, alegrías, frustraciones, anhelos, esperanzas y sueños. Un compromiso construido día a día, acompañando al necesitado, al ofendido, al desheredado. Un compromiso, que cristianamente, exigía acabar con tanta palabrería hueca y vacía y devolver a dios lo que es de dios y a césar lo que es del césar. Un movimiento que exigía que ese pueblo de dios no había nacido para la esclavitud, ni para ser pisoteados, ni para aguantar con el peso de sus vidas malogradas los vicios y los privilegios que no habían sido estabecidos por ley divina, sino por la mano del hombre, por la negra y anticristiana mano del hombre que renegó, como Caín, de sus hermanos.
Y esos cristianos, en la más pura y verdadera fe de Cristo, clamaban subvertir, como antaño lo hicieran los primeros cristianos con un imperio romano déspota y adorador de falsos dioses, otro imperio, el sistema capitalista, que había colocado a pocos hombres por encima de muchos, que se basaba en la apropiación del sudor y la fuerza del trabajo ajeno para mantener aquellas manos del patrón encalladas por la vara dura del azote y no mano encallada del trabajo ni el sacrificio por su comunidad.
Cristo nos enseñó a rebelarnos contra lo injusto, nos enseñó que la vida propia no valía nada si los demás no eran hombres libres en toda su acepción, nos enseñó que por encima de la mentira, estaba la verdad, la verdad del pueblo, una verdad que no gusta ser oída ni por unos ni por otros, como antaño no quería ser oída ni por emperadores ni por fariseos.
Cristo nos enseñó el amor por una comunidad, por una tierra, el amor por la vida, el respeto, la bondad, el espíritu de sacrificio. Cristo nos dejó todo su enorme legado de enseñanzas no para que nos gastásemos fortunas en adorarlo, como al becerro de oro, nos dejó su legado para que lo practicásemos. Ninguna falsa cruz, ni siquiera la cruz cristiana, podrá borrar ese legado ni esa enseñanza.
Cristo murió por la humanidad, dejó testigo con su propia vida lo que quería de los demás hombres: que pusieran su vida para salvar la suya propia y la de su comunidad, para poder salvar a la humanidad y dar testigo a los pueblos de que sin justicia, sin paz, sin libertad, sin amor, la humanidad ni puede ser tal ni podrá sobrevivir mucho tiempo. Cristo dejó testigo de su ejemplo para que todos los hombres fueran ejemplo practicando su ejemplo.
Cristo no está en los pasillos de una fría estancia cubierta de oro cuyo final de pasillo encierra su imagen prostituida de madera. Cristo no está en ese clero que ha callado y calla ante tantas abominaciones de humanidad y de cristianismo, que ha colaborado con tantos asesinos y genocidas. Cristo no está en el sagrario de ningún templo, que nunca fundó en vida. Cristo no está en aquellos que se visten de cristianos todos los días para aborrecerlo y olvidarlo con cada persona, en cada instante, en el trabajo, en la casa, en la calle, en el gobierno. Cristo no está en aquellos poderosos que luchan con todas sus fuerzas para reprimir y oprimir cualquier manifestación de libertad y de justicia. Cristo no está en ninguna guerra de rapiña.
Cristo está en cada hogar pobre, en cada persona con necesidad, en cada futuro abatido por intereses bastardos. Cristo está en el trabajador despedido, en la mujer maltratada, en el parado, en las personas que tienen que dejar su lugar de origen y venir a ser explotados aquí o donde sea. Cristo está en la voz que clama contra las guerras y contra quienes destinan esfuerzos y miles de millones a armar ejércitos. Cristo está en cada mendigo agredido, en cada persona excluida y maltratada, física o de palabra, por su forma de pensar, por su origen, por el color de su piel, por su religión. Cristo está en la verdad del pobre y no en la mentira del poderoso. Cristo está en la naturaleza, en cada animal, planta, árbol, mar, río, bosque… maltratado y machacado por el absurdo interés económico. Cristo está con aquellos que reclamando justicia y libertad sufren insultos, multas, cárcel, palos de la policía o ilegalizaciones. Cristo está en ese 86% del mundo que vive en la pobreza, en los miles de niños que mueren a diario, en cualquier persona a la que se le arrebata la dignidad, la libertad, el derecho a vivir en paz. Cristo está con la verdad del pueblo y con aquellas personas y organizaciones que aspiran a un mundo justo, de libertad, igualdad, paz, tolerancia, democracia y prosperidad.
Cristo está allí donde la luz combate a las sombras, junto al pueblo. Allí donde la verdad no se compra con dinero, ni la mentira con favores. Allí donde no hay más juez que la razón. Los cristianos de base tienen que seguir la senda de Cristo y caminar junto al pueblo que lucha. Ser cristianos de verdad.
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