Pepe Gutiérrez Álvarez, para Kaos en la Red.
Sí la clase trabajadora sigue acumulando más derrotas, llegará un momento que hasta las más exiguas conquistas podrán parecer "privilegios". Ya no se trata de conquistar ningún paraíso sino de evitar el infierno.
En una tertulia celebrada un jueves en el ateneo barcelonés, una de las compañeras presentes contaba la impresión que le había causado volver a ver Novecento, 1976), la mítica superproducción de Bernardo Bertolucci. Impresión por todo lo que le recordaba de aquellos tiempos en los que la clase obrera parecía tener toda la iniciativa, pero sobre todo, porque vista tres décadas más tarde, la sensación de que le provocaba fue que todo aquello formaba parte de un pasado muy remoto.
La restauración conservadora no solamente ha conseguido que el “movimiento obrero” esté representado por especimenes como Cándido Méndez y Fidalgo, también ha logrado que la historia social parezca poco menos que antiguallas. Se ha olvidado que la clase trabajadora conoció una larga historia de luchas y movilizaciones que van desde 1848 hasta los mayos del 68, con su radiación hasta finales de los años sesenta, y con sus corolarios de la revolución sandinista y las grandes movilizaciones contra el “apartheid” en Sudáfrica. La bibliografía sobre todos y cada uno de los capítulos de dicha historia fue abundantísima, y los debates interminables.
Cierto es que en las últimas décadas, ésta parecía una historia irreconocible, incluso perdida, sobre todo para las nuevas generaciones más desconectadas. Al parecer, cambiaron tanto las cosas que un título como La clase obrera va al paraíso (Elio Petri, Italia, 1970), tan emblemático de la impresionante movilización obrera con ocasión del “mayo rampante” italiano, acentuaría su lectura sardónica. De hecho, no ha sido de otra manera como han reaccionado los más cáusticos representantes del desorden existente cuando se ha encontrado delante de algunas de las grandes palabras como socialismo que antaño movilizaron a millones de trabajadores, y conformaron un movimiento obrero que nada más daba un paso ocupaba el centro del escenario. Así, pues, para no engañarnos, al evocar lo que queda del movimiento obrero es obligatorio hablar de derrotas devastadoras, lo mismo mientras que al hacerlo de las clases privilegiadas, se impone hablar del constante aumento de sus beneficios y de su creciente cinismo y prepotencia.
Más allá de los símbolos, poco queda de la antigua izquierda que ejerce como tal, sí acaso los herejes. El mal llamado “socialismo real” que ha sido asumido por la mayoría social como el fracaso de las utopías, aunque más rigurosamente sería más justo hablar de un curso histórico que partió de un país (la Rusia de 1917) donde el triunfo de la revolución se justificó como un prólogo, como un “planteamiento” inicial para una extensión europea que llegó pero que no se confirmó. Antes de descomponerse finalmente, la revolución fue sitiada, y corrompida por dentro y por fuera. Pero sus logros fueron incuestionables, sin ir más lejos, sin el miedo a la revolución los logros sociales y democráticos del llamado “Estado del Bienestar” nunca habrían sido posibles. Sin este mismo miedo, los avances que conoció el “Tercer Mundo” después de la II Guerra Mundial, tampoco.
Hay que interpretar el discurso sobre la historia detenida como el sol delante de las trompetas de Josué, no solamente como una desautorización del ideal socialista (y no como un buen invento mal aplicado, al decir de los trabajadores polacos), como un paso previo al desmantelamiento de las conquistas sociales que identificaron a la socialdemocracia más reformista, así como de cualquier margen de desarrollo autónomo por parte de los países del mundo mayoritario.
La restauración conservadora pues, no solamente ha provocado la descomposición final del modelo soviético, también ha pasado por encima del “modelo sueco” que tan cabalmente representó el asesinado Olf Palme, y ha vetado cualquier avance social en países como Nicaragua. Quizás el mayor ejemplo del alcance del bloqueo neoliberal lo tenemos en la revolución por abajo tan ejemplar como la que puso fin al “apartheid” en Sudáfrica, y que tantas expectativas había provocado. Todas las libertades han quedado vaciadas las exigencias sociales obvias creadas por un capitalismo racista que acabó siendo denostado hasta por liberales moderado.
Al menos en Europa, semejante retroceso no se puede explicar exclusivamente por la suma de derrotas del último cuarto de siglo.; también hay que tener en cuenta las victorias en la época histórica anterior. Cualquier trabajador con un poco de memoria podrá comparar su situación con la que conocieron sus padres o sus abuelos. En las primeras décadas del franquismo, estos conocieron plenamente el sistema del “jornal”, y la más dolorosa carencia de derechos. Incluso bajo un régimen tan reaccionario como el de entonces, la situación social comenzó a cambiar, sobre todo a partir de los años sesenta. Creo que es justo insistir –por su carácter pedagógico- sobre el este extremo: el movimiento obrero consiguió contra el franquismo un conjunto de mejoras sociales que hoy resultan impensables. Basta mencionar un tema, el de los despidos.
Enmarcado en un contexto de “impasse” histórico de las antiguas izquierdas, dichas victorias –ironías de la historia- acabaron adquiriendo también un reverso conservador, una “integración”, un creciente “aburguesamiento” del movimiento obrero que se expresó en las líneas sindicales y políticas de izquierdas mayoritarias. Este reverso ha sido el aspecto más conocido del movimiento obrero por las nuevas generaciones obreras que pudieron creer que ya “habían llegado” a un “Bienestar” del cual no se podía retroceder. Olvidaron que cuando no se lucha por avanzar “utópicamente”, se acaba retrocediendo, como así ha sido. El tiempo ha demostrado que las conquistas de entonces como tener un salario digno, empleo fijo, ocho horas, derechos sociales y sindicales, etc., se van perdiendo si no se mantiene una lucha por ellas, sí se deja que aparezcan como expresión de unos “privilegios”.
Aunque los sueños siguen siendo un lugar en los que nadie te puede perseguir, las utopías concretas del presente pasan por problemas tan concretos como acabar con el hambre o con las guerras, y por exigencias tan elementales como poder trabajar y vivir con dignidad. Los únicos paraísos verdaderamente existentes son los perdidos, y que no hay ningún lugar donde descansar definitivamente de la lucha por la vida. Pero reconocer que no existen paraísos para la clase obrera, implica que hay que seguir luchando por algo mucho más elemental como evitar el infierno. Un infierno que se traduce en la pérdida constante de derechos laborales, en la emergencia de bolsas cada vez mayores de pobreza incluyendo los países más enriquecidos, donde la clase obrera más pobre “se toca”, y compite, con una creciente emigración “tercermundista”, derivada a su vez del bloqueo arriba mencionado. Las grandes emigraciones no son más que la primera consecuencia del expolio de los países empobrecidos.
Dejando constancia de todo esto, conviene subrayar que el panorama ha cambiado significativamente. Ya nadie se cree el cuento de la mundialización feliz. Las consecuencias de la victoria del ultracapitalismo están creando un amplio frente de rechazo. El mundo no está siendo mejor sino mucho peor. Como expresión de este descontento ha aparecido un nuevo protagonista, esa parte de los pueblos que aboga por otra globalización. De momento se trata de un movimiento que está tratando de actuar como freno, al tiempo que forja otro horizonte con movilizaciones que sobrepasan todo lo conocido. Este curso tendrá que dar más tarde o más temprano un salto cualitativo combinando una suma de factores muy amplios, y cuyo análisis sobrepasa este trabajo. Pero hay una línea que vislumbró meridianamente uno de los magnates que comentó mientras veía desfilar a los manifestantes desde el sitio de Seattle: “Mientras que estas manifestaciones no lleguen a las empresas, podemos continuar tranquilo”.
Se puede afirmar que aún dentro de este paisaje desolador que tan cabalmente representa el gobierno de Bush, se está forjando un entramado muy amplio de oposición, dentro del cual late un nuevo obrerismo en el que se confunde lo viejo y lo nuevo. Un sector todavía incipiente, pero que cuenta con un protagonismo cada vez más importante. Esta percepción es muy importante. Sin olvidar lo importante que es no confundir los sueños con la realidad, ser plenamente consciente de la magnitud de la derrota, resulta muy importante no olvidar todo lo que se ha andado en los últimos años, el crecimiento de las expectativas que se está creando. Por ejemplo, bastó que la contestación se hiciera patente en Seattle para que los representantes del mundo mayoritario recobraran algo del ímpetu perdido.
Estamos asistiendo a una creciente aceleración de la historia, con más rapidez incluso con que nos trajo la mala nueva neoliberal. Hay una crisis que afecta a todas las formaciones políticas, incluyendo las más ligadas con los inversionistas, y que afecta muy especialmente a la izquierda institucionalizada que parece que todavía no se ha enterado que navega en el Titanic. En la otra orilla están emergiendo otros movimientos, con el de los trabajadores en un plano central, aunque de momento solo sea un principio cuyo curso todavía es incierto, pero en el que se puede percibir tanto la recomposición de viejas escuelas con la aparición de otras nuevas. Su desarrollo está muy relacionado con la profundización del curso conservador del que Bush resulta una evidencia de todo lo que no tiene que ser. Se trata de un frente del rechazo contra lo que Giuseppe Fanelli calificaba de “spaventoso” y que otros definen como “salvaje”, y que intenta convertir los derechos laborales a papel mojado. Un capitalismo que atenta contra el mismo futuro del planeta que ha sufrido en un siglo más devastación que en todo el tiempo precedente.
Habría que hablar más que de una historia acabada, de una historia que comienza. La clase obrera –la gran mayoría que depende de un salario- sigue ahí, es más, tiene pulso, lo está demostrando incluso en los Estados Unidos por más que también haya que hablar de lo que parece un masoquismo de base obrera, aunque tal como ha declarado Ralph Nader, esta actitud no puede durar siempre, ni tan siquiera mucho tiempo. Hay que recordar que la presencia de la militancia obrera ha sido una condición “sine que non” en la mayor extensión en los diversos foros sociales, como lo es en cada huelga general que cuando se plantea seriamente, funciona, incluso en países tan atrasados ideológicamente como Austria. A pesar de que permanece contenida por la suicida prudencia burocrática, situada a la defendida y confundido, maltrecho y en no poca medida culturalmente “colonizado”, el movimiento obrero es un gigante que no ha muerto.
La clase dominante ha conseguido con bastante éxito darle la vuelta a esta historia, y convencer a muchos jóvenes que los logros de sus padres fueron “privilegios” que ya no son competitivos. Y en la misma lógica pretende que dicha juventud se fagocite con el consumismo y la evasión, y que no acceda a una conciencia de clase. Casi ha conseguido romper los puentes entre los jóvenes y los antiguos sindicalistas ajenos a los cargos, y a ese sindicalismo instalado y que como dirían Fidalgo y Méndez, son tan necesarios para el buen funcionamiento del sistema como lo pueda ser la monarquía.
A eso juegan no pocos que en su día dieron el pecho pero que, después de la última derrota, se aprestaron a hacer de sus cocimientos, un instrumento para hacer carrera. Para permanecer “en la utopista”, y sí me piden un ejemplo, ahí tienen a Joaquín Nieto, quien lo ha visto y quien lo ve. El mismo que antaño era el primero a la hora de montar piquetes para una huelga, ahora le llueven las dietas, y hasta escribe artículo sobre lo avanzada que son nuestras leyes en materia de accidente y previsión laboral. Según cantan los medias, igual sigue a Llamazares en las listas por Madrid. O sea que la carrera burocrática puede ayudar para una ulterior carrera política, no hay más que ver el ejemplo de Antonio Gutiérrez, ahora flamante alto cargo del PSOE, y tan neoliberal como Solbes.
Estos años que vienen van a ser decisivos. Cada lucha, por pequeña que sea va a resultar decisiva. Aunque sea tarde, las nuevas generaciones no pueden seguir creyendo estúpidamente aquello de que “cada cual cuide de su culo”, porque, como se está viendo, está es la mejor manera de que –perdón por seguir el símil- se la metan has doblada. La nueva clase trabajadora no puede seguir acumulando más derrotas delante, ni dejarse llevar por el cretinismo individualista. Debe recordar con Brecht que uno es ninguno. Así pues, es una batalla histórica lo que está en juego. Y ante ella, todo lo que ayude a avanzar y a unir es bueno, todo lo que divida y acomode, es malo.
En peores se la vio la clase obrera bajo el franquismo, y sin embargo, supo encontrar su camino. Hoy han cambiado mucho las cosas, pero los caminos son los mismos, organizar, debatir, unificar criterios, luchar... Muchacho, muchacha, es la lucha lo que hará crecer.
miércoles, 16 de enero de 2008
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario