miércoles, 16 de enero de 2008

Sindicalismo: empezar de nuevo

Ahora resulta que Comisiones Obreras no es de derechas ni de izquierdas, y sí es solamente sindicalista, no hay duda que afiliadas como María Jesús Paredes ha conseguido mejoras materiales suficientes para afirmar que como tal es un buen negocio. Pero lo más delirante de todo esto no es ya que el único diario “de izquierdas” que nos permiten, El País, le ofrezca un espacio para lavar su nombre. Lo más delirante es que el coordinador general de Izquierda Unida la justifique…

Yo no sé cuando María Jesús comenzó a militar en la clandestinidad, un honor que no tiene empero porque implicar una coherencia. Gente que ha militado y duro en la clandestinidad sienta actualmente sus posaderas entre los poderosos, y entre no ellos no faltan, por citar un ejemplo ilustrativo, quienes figuran en la FAES como avanzada de la lucha de clases…contra los trabajadores. Porque, en realidad, lo que hay detrás de todo esto es que la iniciativa de la lucha de clases la está llevando el Gran Dinero, y el “caso” María Jesús Paredes (o el “caso” Llamazares), vienen a demostrar que les va muy bien. Parece que la consigna generalizada de gente es así es aquella tan popular es, sí no lo puedes vencer, pues únete a ellos.

No sé cuando María Jesús comenzó sus clandestinidades, pero sí en aquel momento algún novelista o autor teatral nos hubiera hecho una descripción del caso o los casos, habría llegado el clamor al cielo. En mi caso fue allá por la segunda mitad de los años sesenta, y ya el nombre de Comisiones, el movimiento con el que nací a la lucha, sonaba entre el personal que “no tragaba” al régimen. Entre sus numerosas virtudes se encontraba el hecho determinante que se situaba fuera de las siglas clásicas, y de los conflictos entre ellos. En un principio aceptaba por igual a trabajadores de todas las ideologías, incluso había algún falangista de izquierda, lo cual da pie seguro para alguna ironía. Defendía un método abierto, asambleario, y pronto los más jóvenes tomaron la iniciativa por encima de los que habían hecho la guerra. Sí tenía un lugar un debate era sobre quienes y como se era más combativo.

Todavía conservo uno de aquellos documentos iniciales, y repaso su contenido con el que siempre me sentí identificado. Se trata de uno de los primeros redactados, seguramente por compañeros y compañeras de Madrid. En él se definía a Comisiones como “una forma de oposición unida de todos los traba­jadores, sin distinción de creencias o compromisos religiosos o políticos”, y se rechazaban “unas estructuras sindicales que no nos sirven”. Comisiones había surgido “como una necesidad de defender nuestras reivindicaciones inmediatas y de preparar un mañana de libertad y unidad sindical”. Por todo lo cual, Comisiones no era, ni pretende serlo mañana, un sindicato y menos todavía una agrupación política”. Su primer objetivo era “la conquista de unas libertades básicas que permitan a los trabajadores, reunidos en asambleas democráticas, decidir sobre su futuro, creando su propia organización sindical como lo estime conveniente la mayoría, con absoluto respeto a las minorías auténticamente representa­tivas de sectores de trabajadores”.

Ahora lo dirigen minorías representativas de un sector de trabajadores más o menos instalados, a los que gozan de adquisiciones logradas en tiempos de lucha, mucho de los cuales han encontrado en la propia estructura del sindicato unas ventajas sociales que ya quisieran el resto de los trabajadores. Baste un ejemplo, un trabajador de la plantilla de comisiones que fallezca podrá legar la integridad de su salario al o la cónyuge incluso sí el heredero posee tantos bienes como Mª Jesús Paredes.

Sin embargo, por entonces, en medio de aquella España del franquismo prepotente con vocación de “eternizarse” y que presumía de haber superado la lucha de clases con el “milagro español” que llevaba al obrero descalzo y malnutrido a tener casa y 600, Comisiones emergía como “un movimiento independiente, de la clase obrera”, que rechazaba “cualquier clase de verticalismo’ o de sometimiento, a las consignas de la Administración o de cualquier grupo político”. Un “sindicato de nuevo tipo” que se regía por “el principio democrático (tanto para tomar decisiones como para elegir a nuestros representantes)”, lo que se evidenciaba por los hechos, ya que quien “haya asistido a nuestras asambleas o reuniones ha podido participar ampliamente, sin cortapisas, con todo el peso de su voz y su voto, en las decisiones y en las discusiones. Practicamos hoy la democracia porque sabemos que en la auténtica democracia obrera está nuestro futuro...”

Es más: Se preparaban para un futuro de unidad obrera, ya que “seremos los propios trabajadores los que en su día tendremos que decidir sobre la forma del futuro sindicato español”. Además, se abogaba por «la unidad sindical, siempre y cuando esta unidad esté basada en la libertad, la demo­cracia y el respeto a la diversidad de los grupos ideológicos participantes”.

El documento contenía un párrafo especialmente atractivo que decía: “La división sería un suicido de clase en la España de los monopolios cuando tenemos enfrente un capitalismo poderoso con sus orga­nizaciones patronales e industriales unitarias”. Al repasar estas notas parece evidente que lo segundo sigue igual, mientras que lo primero se perdió por el camino. Ya entonces, en aquel documento inicial se advertía: “Parece claro que todos debemos velar para que bajo la capa de una libertad mal entendida no se nos arrebate y se dispersen en cien pedazos los medios e instrumentos sindicales que se han ido acumu­lando con nuestras cuotas y nuestros sacrificios hechos de jornadas de trabajo agotadoras, mantenidas constantemente, de privaciones sin cuento de nuestras familias”.

Confiados en que esto no iba a ocurrir, teníamos la gran ilusión de llegar e ¡incluso superar a otros movimientos sindicales extranjeros si acertamos a conjugar la auten­ticidad sindical con la posesión de los medios materiales acumulados en torno a la organización sindical oficial que hoy controlan el Estado y los patrones”…

¿Qué ha pasado para un cambio tan impresionante?. Pues muchas cosas. La primera es que realmente hubo un cambio social importante desde los años sesenta hasta principios de los ochenta. En aquel tiempo, el país conoció un fuerte avance económico, y a caballo de la lucha antifranquista el movimiento obrero impuso mejoras muy considerables. Así pues, no solamente consiguió hacer el neofranquismo inviable, también convención a la patronal que al final, aquella dictadura a la que tanto habían recurrido para imponer el orden, se había convertido en una fuente de desórdenes. La patronal entro con la nuestra –las libertades- para salir con la suya: los desórdenes (o se las movilizaciones) atentaban contra la democracia. En este discurso, la burguesía encontró dos aliados fundamentales. De una parte la derecha armada con la amenaza golpista, habían tenido que aceptar un cambio de régimen, pero la condición era la “normalidad política”. De otro por la izquierda: aupado electoralmente por el antifranquismo el PSOE ganó para hacer viable el mismo programa político que la UCD no estaba ya en condiciones de liderar.

Después del golpe de estado semifracasado del 23 f (fracasó como tal pero subrayó los límites de las libertades y reforzó el papel de la monarquía y por lo mismo de la derecha económica que había domesticado al PSOE, ellos podrían gobernar pero a condición de actuar como sus gestores “leales”).

En estos márgenes, Comisiones Obreras siguió siendo el sindicato con más apoyo social combativo, y así lo demostró ocasionalmente en huelgas parciales y en algunas convocatorias generales. Pero esos apoyos no se tradujeron en un cambio en la correlación de fuerzas entre la derecha y la izquierda sindical. Esta derecha acabó apartándose del mismo PCE que había obligado a Comisiones a firmar los Pactos de la Moncloa, y comenzar su propia carrera como aparato sindical, su lugar al sol. Llevaron a Comisiones donde ya estaba la UGT, al mismo pesebre. Antonio Gutiérrez (y antes Julián Ariza, Nicolás Sartorius y otros clandestinos del proceso 1.001), ha representado este ascenso mejor todavía que el de la María Jesús, para éste ya no se trata ni siquiera de ser sindicalista: se trata de entender de macroeconomía (y de olvidarse que ésta favorece a unos pocos en detrimento de las mayorías). En estos márgenes lo que antes habían sido referentes, los llamados países socialistas o los nacionalismo antiimperialistas del Tercer Mundo entraban en franco declive, y por lo tanto, hablar en los mismo términos que en los años sesenta empezó a parecer propio que “dinosaurios”.

Lo que quedaba de la izquierda militante en Comisiones sufrió un descalabro con el “harakiri” del MCE, que hasta entonces representaba una franja de sindicalistas muy combativos (y un tanto sectarios, muy “comunitarios” en un partido que funcionaba bastante como una gran familia), y que con la suma de crisis que conllevó la restauración conservadora (el apogeo de la llamada “revolución” neoliberal), y con la consiguiente implosión de la LCR. Ésta se fraccionó sindicalmente, un sector de los viejos rockeros se pasó con armas y bagaje al aparato (Joaquín Nieto y Ramón Górriz son los más conocidos, pero no los únicos; al igual que había ocurrido con las instituciones, mucha gente probada pero también cansada y desilusionada encontró su “modus vivendis” en un aparato que le solventaba el plan de vida), y lo que es más triste, se convirtieron en conversos dispuestos a hacer méritos haciendo la guerra a sus antiguos camaradas…Otro sector, representado por trabajadores como Juan Montero o por economistas de la talla de Juan Albarricin y Pedro Montes. Estos formarían parte destacada del sector crítico, real en Madrid y en diversos lugares, absolutamente fatuo en Catalunya (gente del PCC, y de la derecha del PSUC viu), salvo contadas excepciones.

Todo esto se explica en una curva de descomposición del movimiento obrero tradicional con la reconversión industrial y todo lo de más, con la imposición de nuevas formas de vida en las que la vida social ha sido sustituida por una creciente privaticidad, por varios cortes generacionales que han resultado devastadores para la conciencia social…A todo esto habría que sumarle el derrumbe del llamado “socialismo real” que durante mucho haría (como en los Estados Unidos) que el anticomunismo llegará a tener mucho más peso que el anticapitalismo…

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