El desconocimiento del “gran terror” franquista es algo mucho más acentuado de lo que solemos creer. A los 40 años, hay que añadirles los del olvido pactado en la Transición, y a ésta hay que sumarle la creciente debilidad y fraccionamiento de las izquierdas.
De esto nos hablaba certeramente en El País Carlos Berzosa, concretamente en su artículo sobre “El olvido de la crueldad franquista”, y comenzaba con el ejemplo de la película Salvador (Puig Antich) que se conformado como una excepción dentro de las pautas del olvido que han caracterizado al cine español. Con ocasión de su estreno, fueron muchas las cartas a los diarios, las notas en los “blogs”, y las palabras vertidas en los ambientes cercanos, que daban cuenta de dicho desconocimiento. Incluso personas que lo vivieron, declaraban que habían metabolizado el crimen de estado como algo que pasó hace mucho, mucho tiempo. Era parte de una historia que no se les había contado ni tan siquiera en los ámbitos de antiguas militancias, y sobre el cual la mayoría había optado por conveniencia o comodidad, a echar en el baúl de los malos recuerdos. Un álbum que nunca se solía abrir.
Nadie se lo había contado ni se lo contará en la universidad o en el instituto, y quizás tampoco en casa. Este es un país en el que muchos abuelos se han muerto sin contar que de jóvenes fueron anarquistas o socialistas, y en el que las comunidades más castigadas se han transformado por la emigración, o por la aglomeración, y en donde la amnesia anota que en el curso de una entrevista, una de las protagonistas de la película, Leonor Watling, reconoció que antes del rodaje, ni ella ni el resto del equipo tenían conocimiento de esa historia. Al menos durante un tiempo, personas como Berzosa, José Luis Sampedro y otros muchos, pudimos escribir, hablar en las radios y en actos públicos de la conmoción que nos produjeron estas y otras ejecuciones que marcaron el final del franquismo. Del sentimiento de impotencia. Algunos además pudimos dar cuenta que esa ira incluía también a las fuerzas políticas mayoritarias que decidieron pasar del asunto, que declararon como haría el entonces hombre fuerte del PSUC, Antoni Gutiérrez-Díaz, que el tema “no tocaba”. También anotamos que semejante inhibición provocó un profundo rechazo de muchos militantes de dicho partido, y citaba el caso de Manuel sacristán, pero hubieron muchos otros. La película Mujeres en pie de guerra da noticia de una militante muy reconocida que llegó a enfrentarse a su propio partido.
Berzosa señala como “Max Aub arremete en La gallina ciega contra esa juventud que en 1969 no sabía nada acerca de la Guerra Civil, ni de lo que había representado la generación del escritor en el ámbito de las ciencias, las artes y la cultura”, aunque también es cierto que igualmente existía una juventud que estaba peleando por la recuperación de toda esa memoria, y muestra de ello sería el enorme caudal de ediciones que se darían sobre la crisis de los años treinta, y por el conocimiento de la cultura “transterrada”, temas y personajes que fueron intensamente tratado en revistas clandestinas como Ruedo ibérico, y ya más tarde en otras legales como Triunfo. Claro que, dado el enorme socavón que había provocado los años de guerra y de dictadura, esta actividad fue muy insuficiente por más que llegó a expresarse hasta por revistas como Interviú y muchas otras. Se trataba de una recuperación que sería cortada en los años ochenta, periodo con el que se impuso una capa de hastío por tanto compromiso y tanta tragedia, y en el que resultaba bastante generalizado escuchar expresiones como “!Vaya otra novela, o otra película sobre la guerra civil¡”. Si no recuerdo mal, hasta los Hombres G compusieron una canción con un estribillo muy parecido.
No parece que los tiempos hayan cambiando demasiado desde la época de la que hablaba Max Aub. Por aquel entonces, tras haberme convertido en alguien que daba conferencias, me instaron a dar una sobre la guerra y la revolución a un grupo de estudiantes de la Universidad Central de Barcelona, allá por 1967. Aquello me pareció excesivo para mí, mero lector de Pierre Broué y alguno más, y durante varias semanas fallé deliberadamente a las citas. Finalmente casi me raptaron los colegas de Acción Comunista, y me encontré ante una veintena de estudiantes que me escucharon con atención, y cuando llegó el temido turno de preguntas, la verdad es todo fue muy decepcionante. Aparte de alguna anécdota no recuerdo que nadie hablara del movimiento obrero, y mucho menos de los debates. Berzosa cuenta algo muy parecido cuando Jordi Soler presentó en la Complutense su libro Los rojos de ultramar, basado en las memorias escritas de su abuelo. “Pensó, en principio, que su publicación carecía de interés, aunque fueran memorias noveladas, pues no dejaba de ser un libro más sobre la Guerra Civil. Sin embargo, cambió de idea cuando, encontrándose impartiendo una conferencia en la Universidad Complutense, un estudiante le preguntó cómo es que se llamaba Jordi y hablaba con acento mexicano. Como contestación, contó la historia del exilio de su familia en no más de 10 minutos. Cuando terminó su rápida explicación los alumnos se quedaron mirándole desconcertados, como si acabara de contarles algo que hubiera sucedido en otro país o en la época del Imperio Romano. Tras las preguntas y las caras de asombro, dejó su conferencia de lado y habló largo y tendido sobre el exilio republicano”.
Esto no es muy diferente que suele suceder en otros ámbitos, incluido en el de los trabajadores. Una de las cosas que más me sorprende –supongo que ingenuamente- entre muchos jóvenes, es que suelen creer que los derechos laborales son “privilegios”, “enchufes” o “chollos”que algunos han conseguido, y no parecen asociarlos con las luchas sociales. No deben de ser muchos los que asocien tales derechos con la lucha antifranquista. Como sí cuando se hacía huelga o se ocupaban las calles, se hubiera hecho para votar o para tener sindicatos institucionales.
Berzosa nos dice que las “razones de este desconocimiento pueden ser muchas, pero algunas de las más inmediatas las he obtenido de las explicaciones de mis estudiantes. Unos me señalan que los acontecimientos más recientes apenas se abordan en la asignatura de historia del bachillerato.” Yo pienso que este es un razonamiento bastante bendito. Existen razones tan poderosas. La primera es el carácter fascista –exterminista- del régimen, mostrado en la guerra civil desde el inicio, en su enfoque prolongado para acabar con todo vestigio de pensamiento y asociación libre y reivindicativa. Por supuesto, también por su prolongación en el tiempo.
Lo demás vienen un poco por añadido. Incluyendo la política de Estado de Felpe González, especialmente militante en este punto, y de la cual fue clave la prensa, y muy especialmente El País como elemento de contención y de banalización. Si la contribución al olvido de la barbarie franquista fuese premiada, personajes como Felipe, Santos Juliá, Juan Pablo Fusi, Antonio Elorza, etc, merecerían premios mayores. Pero ahí no acaba todo, tampoco el entramado del PCE-PSUC de los años ochenta, debería estar al margen de este reconocimiento. En otro lugar ya he explicado que la derecha lo tenía todo por ganar, sobre todo cuando les legó como regalo la oleada neoconservadora. El PSOE también sí se olvidaba de las palabras que le ayudaron a implantarse, y se admite que su objetivo era el poder por el poder. Gestionar este país, hacerlo “europeo” al menos en las cosas que no molestaran a la derecha. Desde luego, en Europa esta política de la memoria no tiene parangón.
Berzosa cuenta que por su experiencia académica, ha podido comprobar que los estudiantes saben más del nazismo, gracias al cine, o de lo que sucedió en las dictaduras de Chile y Argentina, por las informaciones de los medios de comunicación, que de lo que fue nuestra dictadura”. Ciertamente, se podía decir que el antifranquismo casi dejó de funcionar con las libertades. No hay que darse una vuelta por algunos de los títulos del García nostálgicos ulteriores a Asignatura pendiente, para comprobar como un premio Nobel republicano besaba la mano de los reyes, y como las evocaciones del franquismo parecían más extraídas de las películas de Pedro Lazaga o Luis Lucía que de la realidad. Se pueden contar con los dedos de una sola mano los títulos como Salvador (Puig Antich), lo que añade más estupor a la constatación de que la película fue objeto de una rabiosa campaña por parte de un sector albergado en una presunta reacción libertara, tan descabellada como efímera.
Aquí el límite lo marcan programas de divulgación histórica como aquella crónica emitida desde TV1 que al tratar la República y la Guerra buscaba una exquisita equidistancia, y que sin embargo se pudo emitir sin protestas dignas de mención.
De todo esto queda una constatación, a saber, que la memoria del pueblo tiene que ser conquistada desde abajo. Y aquí nos encontramos con la extrema debilidad de lo que queda de la izquierda izquierda, o sea digna de su nombre, de la gente que busca la verdad y que no se somete a los imperativos de la democracia realmente existente. Ahora se ha levantado un poco la cabeza, hay movidas por reconocer y enterrar nuestros muertos (los de la democracia del pueblo para el pueblo y por el pueblo), se han creado una cierta red de asociaciones que unen abuelos y nietos, se han creados comisiones de la verdad tan valientes como el de Valencia, se puede hablar de una apabullante bibliografía, pero, al igual que en los sesenta-setenta, esto no es más que el comienzo. La inmensa mayoría vive ajena a su propia historia, a los hechos que revelan en qué país vive...
Y si apenas sabe muy bien quien fue Franco, menos todavía sabrá que Juan March fue su padrino, que tuvo el apoyo no solo de Hitler, y de otra manera, también de Churchill... En resumen, que para luchar contra la amnesia habrá que dar muchos pasos más sin esperar lo que pueda hacer el gobierno que, como en tantas otras cosas, hará lo que le permitan la derecha y los que realmente mandan.
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